miércoles, 9 de julio de 2014

ELELLA, LA TRAGEDIA DEL AMOR ETERNO



ELELLA, LA TRAGEDIA DEL AMOR ETERNO
El amor tocó con una tragedia a Serrano. Una tragedia tan grande, tan dolorosa, que sólo muchos años después se atrevió a narrarla en su totalidad, para sus "Memorias de Él y Yo". Una tragedia, sin embargo, ligada antológica y arquetípicamente al mito del amor verdadero: como Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Jasón y Medea, Osirir e Isis... "El Arquetipo del Amor Eterno", según diría el mismo.
Serrano formó amistad con una hermosa joven alemana llamada Irene Klatt. Una mujer bellísima, de cabellos dorados y ojos de diamantes, "transparentes, iluminando la noche de esa sala". Quisiéramos reproducir aquí las imágenes de una mujer tan hermosa, pero por respeto al libro donde el propio autor lo hizo, resistiremos este deseo. Sólo Serrano tenía el derecho de exponerla tal cual era, con su belleza aurífera, divina.

Pese a su juventud y vida sana, que le permitió incluso ser campeona de equitación, Irene padecía una complicada enfermedad respiratoria y, de hecho, Miguel la había conocido en el Sanatorio de San José de Maipo. Se acercó a ella sólo en octubre de 1951, cuando necesitaba su ayuda para traducir unos textos del escritor checo Gustav Meyrink, por recomendación de su amigo Nino Corradini, o al menos con esa excusa para llegar a la casa de Irene, en el viejo barrio de Avenida Suecia, en Providencia.
Irene era una mujer de inteligencia extraordinaria, demás de poseer una cultura y una sensibilidad increíbles. Pintaba y esculpía, especialmente "obras extrañísimas por su belleza extraterrestre", al decir de Serrano. Preferiremos ahorrar los adjetivos para encargar al propio autor la magistral descripción que hace de este ángel. Ello, combinado con un encanto y una dulzura maravillosas, terminaron por enamorar perdidamente al escritor... O más que eso, inclusive. Y a ambos en realidad, sumidos en una de las historias de Amor verdadero y trágico más dolorosas que se hayan narrado alguna vez.

"Princesa Papán", le llamaba él, aludiendo a la hermana-amada del emperador Moctezuma que, en su famoso espejo de ónix, previó el regreso de los dioses, siendo estos confundidos con los conquistadores españoles. Serrano, que era casado y con hijos, simplemente se perdió en esta relación onírica, desde la que reconcibió los conceptos de "El" y "Ella", unidos ahora en la magia de "Elella", la alianza de amor entre un hombre y una mujer, entre los enamorados.
El autor había comenzado a escribir "Quién llama en los hielos", como continuación de "Ni por mar ni por tierra". Cada vez que avanzaba páginas, se las leía a Irene sentado en el patio de su casa. El libro fue concebido en la fecundidad espiritual de amor, entonces. Pero también quedó condenado a quedar inconcluso: La salud de Irene empeoró, ante las angustias de su familia y la desesperación de Serrano. Ahogos y expectoraciones sangrientas, propias de la tuberculosis. Los amargos detalles de esta impresionante historia de amor y agonía, desgarradores, casi insoportables, han sido relatados ya por su propio autor, como hemos dicho, por lo que no nos corresponde tocarlos aquí. No es posible explicar este drama en otras palabras que no sean las ya usadas por quien lo vivió.
El fallecimiento de Irene, en marzo de 1952, fue un vuelco, una ruptura en la vida de Serrano. Nunca más se recuperó completamente. La hermosa historia de amor, se selló en la tragedia. Nunca pudo concluir "Quién llama en los hielos" pero, desde allí en adelante, el amor arquetípico, el concepto de Elella, estará presente en sus obras, como el más poderoso principio de la alianza esotérica entre el hombre y lo divino. Sólo la tragedia pudo abrirle paso a estos conocimientos, y sólo a través de ellos pudo proponerse cumplir la promesa de "resucitarla", con el Amor Eterno (A-mor, que significa Sin Muerte).
El libro que dedicó enteramente a esta magia del amor inmortal y al tantrismo, se titula "ELELLA, Libro del amor mágico", de 1973, y dice allí:
"El caballero descubrió el rostro en la roca de la gruta, en el lugar más sombrío. Era un rostro de mujer, con los cabellos sueltos y, en su mirada, en todo, tenía un toque primigenio que le llenaba de recogimiento. El diseño del rostro estaba realizado por las hendiduras y promontorios en la húmeda roca. Tal vez fuera dibujado por los hielos de una edad perdida, o por hombres de una raza muerta. Había algo que impulsaba a adorarlo. Hizo su santuario de ese rincón de la gruta".
"Lejos, se deslizaba el torrente. En la soledad de las noches, oía voces, como venidas de un tiempo lejanísimo. Las palabras le eran incomprensibles, pero estaban allí, como suspendidas en el aire húmedo".
Claramente, la influencia de Jung le permitió desarrollar su maravillosa interpretación del amor mágico, tras la trágica muerte de Irene. "Nunca más he podido amar a nadie así. Sólo he amado a Irene", escribió en sus memorias.

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